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Vida Consagrada, un foco en lo valioso.

  • Foto del escritor: Dominicas Provincia Chiquinquirá
    Dominicas Provincia Chiquinquirá
  • 26 ago 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 3 feb 2023



Reflexión fruto de la charla acerca de la “Regla de San Agustín Capítulo VIII. De Fray Claudio Zambrano O.S.A

En medio de todas las posibilidades existentes para realizar una proyección de nuestro ser humano en medio del mundo, la consagración religiosa se presenta como una opción paradójica, ya que es tan escondida como luminosa y tan conocida como ignorada. Esto, dependiendo del contexto, del ambiente y del momento en que se mencione su existencia. Para muchos es considerada un escape de la realidad, una forma de vida extraña, misteriosa, una opción que muy pocos tomarían, porque tiende a generar algunas resistencias debido a aquello que se debe configurar de manera diferente para abrazar esta forma de vida. Sin embargo, tampoco se puede ignorar que hay una curiosidad, una admiración y un cierto respeto hacia todos esos hombres y mujeres que estando en el mundo no pertenecen del todo a él. En esta pequeña reflexión quiero presentar uno de los aspectos, que personalmente he aprendido a admirar de la vida consagrada, entre tantos otros, como una verdadera razón para considerarla no solo una opción entre muchas, sino mi opción vital. Con todo esto quiero llegar a afirmar desde la experiencia, que esta forma de vida nos enfoca en lo importante y de alguna manera nos hace más conscientes de aquello que vale la pena, de lo que tiene valor y que es capaz de brindar una felicidad genuina y además de derrotar o al menos empequeñecer viejos miedos de la humanidad. La afirmación anterior la apoyo en el hecho de que desde la formación inicial, aún cuando apenas comienza el discernimiento, el foco no está puesto en condicionamientos externos (salvando lo estrictamente necesario) sino en la persona, en la verdad clara y auténtica de ese candidato que “aspira”, de ahí que desde mi opinión, la cualidad que más importa en ese proceso es la verdad, lo que soy como ser humano , con mi pasado, con mi errores, con mis miedos y dudas, pero también con un reconocimiento honesto de mis potencialidades. Posteriormente durante las etapas que siguen se irá develando cada vez más, lo valioso de la persona, cuando se vayan cayendo las capas de lo simplemente accesorio. Porque estoy convencida de que para ser un buen consagrado no hay mejor camino ser uno mismo, y para lograrlo, lo básico es descubrirse realmente, sin miedos ni máscaras, para luego poder reconocerse como un ser amado y capaz de amar de una manera extraordinaria , a pesar de las grandezas y miserias, de las excentricidades y de las locuras particulares que podamos llevar a cuestas. Para un consagrado, la vida tiene una luz nueva en el momento en que empieza a enfocar sus objetivos desde la visión de Dios: si antes el trabajo o la academia estaban motivados por un deseo de superioridad y reconocimiento social, ahora se trasforman en una sed de “saber para servir mejor ”, en donde podría caber muy bien algo que nos es familiar como orden “contemplar y dar de lo contemplado” y si queremos ponerlo el términos más familiares podemos leerlo de una manera muy clara en nuestras Constituciones “La razón última y la finalidad única de nuestro estudio (…) debe ser un mayor conocimiento de Dios, para darle mayor gloria, amándolo mejor a medida que más lo conocemos y queriendo participar a los demás de ese amor y ese conocimiento”1 . Si antes me preocupaba mucho por mi apariencia, mi vestuario y mis posesiones, ahora esto estará más bien enfocado en mi salud física, emocional y mi bienestar integral, sin los cuáles no puedo realmente llevar una vida plena, y menos comunitaria, pero ya puedo prescindir de otras posesiones que, aunque útiles, no me son indispensables. Quiera Dios que todos los consagrados, si antes teníamos miedos basados en la soledad, el fracaso, incluso la muerte, ahora todo ello se transforme en comunidad, fraternidad, certeza de que siempre puedo acudir a un hermano o hermana. Y aunque para muchos suene extraño cuando lo expreso, también estoy convencida de que una vida religiosa que a diario se manifieste de manera consciente y responsable, es capaz de eliminar el miedo a la muerte y otorgar la certeza de que estamos en todo momento, preparados para irnos si fuese el caso, porque nuestras cuentas con Dios y los hermanos están claras. De este mismo modo se podrían ir enumerando prácticas actitudes y experiencias propias de la consagración que van enfocándonos en lo valioso, pero quiero terminan mi reflexión con un texto que circula en redes sociales y que pienso nos sirve a religiosos y no religiosos a mover el foco de nuestra visión a aquello que tiene verdadero valor. “Quizás una de las cosas que más necesitamos es aprender a distinguir entre lo útil de lo valioso. Un sacacorchos es útil. Un abrazo es valioso. Una puerta es útil. Un atardecer es valioso. Un mechero es útil. Una amistad es valiosa. Casi siempre, lo útil es más caro que lo valioso. De hecho, lo valioso rara vez cuesta dinero. Y esto ocurre porque el dinero es útil pero no valioso. Lo valioso genera mucha más felicidad a largo plazo que lo útil. Y sin embargo a menudo valoramos más lo útil que lo valioso. Los mejores momentos no cuestan dinero. (…) Los momentos gratos que se nos pasan por la cabeza justo antes de abandonar este mundo no costaron dinero. Esos momentos son lo más valiosos que tenemos. Entonces, cuando te asalte una preocupación, párate a pensar si lo que buscas es útil o valioso. Aprende a distinguir, y te darás cuenta que vivir bien no es tan caro como te habían contado”.



 
 
 

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